EL
PROFESOR TARANNE
A Elmar Tophoven
PERSONAJES
El
profesor Taranne
Juana
El
Inspector principal
El
empleado subalterno
La
empleada antigua
La
periodista
La
gerente
La
mujer de mundo
Primer
caballero
Primer
policía
Segundo
caballero
Segundo
policía
Tercer caballero
Cuarto
caballero
CUADRO PRIMERO
La Comisaría. ....
A la izquierda, en primer término, sentado detrás de una -mesa cubierta
de papeles, el Inspector
principal, hombre de edad, de buena estatura.
lleva una chaqueta negra y un pantalón a raya. De pie, frente a la
mesa, el Profesor Taranne, muy estirado. Tendrá unos cuarenta años. Va de negro también.
A su derecha, un poco hacia atrás, sentado a horcajadas en una silla,
con la barbilla apoyada en el respaldo, un joven muy moreno: el Empleado subalterno.
A la izquierda, en el fondo, la Empleada antigua que
lleva un vestido ligero de tela estampada: consulta papeles, abre y cierra los
cajones, examina fichas.
A la derecha, el escenario está vacío.
Profesor
Taranne (algo jadeante, de un tirón). — ¡Pero si ya saben quién soy yo! Soy célebre, gozo de la estima de
todos. Tendrían que saber eso lo mismo que los demás, incluso, dada su
profesión, mejor que los demás. Se tienen que dar cuenta perfecta de que esta
acusación es absurda. ¿Por qué iba yo a hacer eso? Mi conducta hace ver muy
bien que no puedo haber tenido tal desliz
... ¡Por favor, señores, tengan ustedes un poco de sentido común! ¡Se lo
ruego! ¿A quién se le ocurre desnudarse con el frío que hace? (Riéndose.)
No tengo ganas de caer enfermo, de estar en la cama durante semanas
enteras. Como todos los grandes trabajadores no gasto mi tiempo en tonterías
... ¡Piénsenlo bien! ¿Puede uno fiarse del testimonio de unos niños? Dicen . ..
cuanto se les antoja. Para llamar la atención, para que se les atienda, harían
cualquier cosa ... Hay que conocer a los
niños. Y yo sí que los conozco. Con esto no quiero decir que mis alumnos sean
niños (con gesto de presunción). Soy catedrático ... Pero ... (volviéndose
hacia la Empleada antigua que
sigue guardando sus papeles) Mi hermana tiene una niña. Una niña que
quiere, sea como sea, que la tomen en serio. Quiere que le hagan caso. ¡Sí, que
le hagan caso! Y eso que la quiero mucho. Puedo decir que quiero a todos los
niños. Pero una cosa es quererlos y otra creer lo que cuentan ... Iba paseando cerca del agua y de repente
los vi. Estaban allí, muy cerquita, me rodeaban
... Y salían otros, por todas partes y al mismo tiempo. Todos caían
sobre mí. Entonces eché a correr. No sé porqué corrí. Porque me sorprendería
verlos allí. Claro que corrí. Podrán haberles dicho que corrí pero nada más.
Hagan el favor de mirarme, señores: ¿tengo pinta de haberme vestido
precipitadamente? ¿Y cuándo podía haber tenido tiempo de volverme a vestir?
Inspector principal. — Lo siento. El caso es que tengo aquí un informe que no coincide ni
mucho menos con lo que me cuenta.
Profesor Taranne. — Corrían y chillaban todos a la vez. (En voz baja.) Como si se hubieran concertado.
Inspector principal. — ¿Y qué chillaban?
Profesor Taranne (con voz atiplada y señalando con el dedo). — "Ya verás, ya verás." Pero, ¿qué iba a ver? No he hecho
nada malo y lo puedo probar.
Inspector principal. — Estamos dispuestos a dejarnos persuadir.
Profesor Taranne. — Soy el profesor Taranne, un hombre eminente. He dado numerosas
conferencias en el extranjero. Hace poco me invitaron a Bélgica y tuve un éxito
sin precedentes ... Todos los jóvenes se peleaban para que les diera mis
apuntes ... luchaban por tener una hoja
escrita por mí . . .
Inspector Principal (se levanta y pone la mano en el hombro del Profesor) . —
No es que ponga en duda sus éxitos. Pero de momento no es lo que nos
importa. (Quita la mano.
Pausa.) Tenemos que esclarecer este
asunto para completar el informe. Permanece en pie.
Profesor
Taranne. — ¿El informe? ¿Qué informe? Pero si hacen un
informe pueden perjudicarme gravemente
... echarme abajo la carrera.
Inspector
principal (se vuelve a sentar). — A otros les pasó lo que a usted. (Pausa.) Le pondrán una
multa y se acabó. Si puede pagarla este incidente no tendrá para usted ninguna
consecuencia.
Profesor
Taranne. — Claro que puedo pagarla. Tengo dinero. Voy a
firmarles un cheque, nada más fácil. (Echando mano a su bolsillo.) Ahora mismo, si quieren...
Inspector principal (se levanta de nuevo y toca el brazo del Profesor) . —
No, ahora mismo no. Sólo le voy a pedir que firme (señalando una hoja sobre
la mesa) una declaración en la que reconozca haber sido sorprendido
desnudo, por unos niños, al anochecer. (Se vuelve a sentar.) Puede añadir
que no sabía que le miraban.
Profesor Taranne. — Ya lo creo que sé que me miran, y que me remiran, que todos tienen
los ojos clavados en mí. ¿Por qué me miran así? Yo no miro a nadie. Casi
siempre bajo la mirada. Y a veces casi cierro los ojos. (Pausa.) Tenía
los ojos casi cerrados cuando acudieron todos.
Inspector principal. — ¿Cuántos eran?
Profesor Taranne. — No los conté, no me dio tiempo. (Pausa.) ¿Por qué me hace
esta pregunta? Ya he declarado quién soy. Creo que con esto basta y sobra ... No acabo de creer que usted no haya jamás
oído hablar de mí.
Inspector principal (se ríe). — Lo siento.
Profesor Taranne. — Pues sí que es de sentir. Es preferible saber con quién trata uno. (Con
violencia.) Otra vez se lo repito, ¿cómo pueden ustedes fiarse de unos
niños chismosos? ¿Quién puede probar que la niña que vino aquí a contárselo
todo haya de verdad asistido ... a eso? Otros niños se lo habrían contado a su
modo y quizás lo haya modificado ella, transformándolo aún más, quizás sin
darse cuenta. (Pausa.) Sí, será lo que habrá pasado. Además, nada más
fácil, usted convoca a los que me conocen. Puedo darles sus apellidos y sus
títulos. Garantizarán mi honorabilidad . .. , mi fama. (Pausa.) ¡Que
vengan aquí todos! ¡Que venga aquí quién sea! Y ya verán ... Entra por la
derecha la Periodista, una
mujer ruina, ni joven ni vieja, ni fea ni guapa, con el pelo cortado a lo
garçonne. Lleva una falda de pliegues y una blusa con mangas cortas.
La Periodista. —
¿No ha visto usted un señor muy alto, muy gordo? Lleva siempre las gafas en la
mano. Me ha citado aquí . . .
El Empleado subalterno. — Nadie ha venido aquí, señora, excepto (señalando al Profesor)
el señor profesor.
El Profesor
Taranne se sobrecoge.
Profesor Taranne (acercándose a la Periodista).
— Creo que ya nos hemos encontrado alguna vez,
señora ... Si bien recuerdo, usted ha publicado hace poco una tesis ... (volviéndose hacia el Empleado subalterno) una tesis
magnífica.
La
Periodista (andando con desparpajo). — Creo que usted se confunde. Soy periodista. (Al Empleado subalterno.) ¡Qué calor hace
aquí! ¿No pueden ventilar un poco esta habitación?
El Empleado subalterno. — Con mucho gusto.
Se levanta, pero la Empleada
antigua se ha adelantado y hace como que abre la
ventana del fondo. Se vuelve a sentar y a tomar la misma actitud; con la
barbilla apoyada en el respaldo de la silla.
Profesor
Taranne (a la Periodista). —
Permítame que me presente
La
Periodista (da la espalda al Profesor Taranne y se dirige hacia el Inspector
principal que sigue escribiendo). — Verdaderamente los hombres carecen de imaginación. Cuando quieren
hablar a una mujer siempre dicen que ya la- han encontrado en otro sitio.
El Inspector se
ríe ligeramente mientras sigue
escribiendo.
La Periodista se
dirige hacia la ventana del fondo.
Entran por la derecha el Primero y Segundo Caballero, muy
atareados, con abrigos de invierno. El Primer Caballero lleva
una cartera de cuero. Se ve claramente que siguen hablando de un asunto
anterior a su entrada.
Primer Caballero (al Segundo) — Bien le había dicho yo "que desconfiara de él.
Profesor Taranne (acercándose, después de una ligera duda, a los dos Caballeros). — Estoy encantado de encontrarlos. Van a
poder hacerme ... un favor. Los dos hombres se miran suspensos. Se piensan
que el Profesor
Taranne es
un loco.
Primer Caballero (fríamente). — No le conozco a usted,
caballero.
El Segundo Caballero hace
un ademán que significa: yo tampoco.
Profesor Taranne. —¿Cómo que no? Tantas veces como los he visto asistir a mis clases.
Segundo Caballero. — No asistimos a ninguna clase.
(Riéndose.) Hace tiempo que dejamos los estudios. (Al Primer
Caballero, con cara de importante.)
Habrá que obligarle a cambiar de programa. El Primer Caballero coge el brazo del Segundo. Van y vienen.
Profesor Taranne (siguiéndoles). — Pero señores, no pueden
ustedes dejar de reconocerme, es imposible, si soy ... el profesor Taranne.
Primer Caballero (despacio, como quien intenta recordar algo). — ¿Taranne?
Segundo
Caballero (dando claramente la espalda al Profesor. Taranne y cogiendo del brazo al Primer Caballero) . —
En todo caso puede usted contar con mi colaboración.
Profesor Taranne (tartamudeando). — Señores, por favor, hagan
un esfuerzo, un pequeño esfuerzo y quizás
... dentro de unos segundos exclamen ustedes (alegre): ¡Pero si
es Taranne!
Segundo Caballero (encogiéndose de hombros). —
¿No ve usted que tenemos que hacer? El Profesor
Taranne queda como embelesado.
Primer Caballero (al Segundo, cogiéndole del brazo). — Ya es hora de
tomar medidas. Dan algunos pasos.
Profesor Taranne (dirigiéndose al Inspector
principal que sigue sentado a la mesa). — ¡Qué cosa más rara! Porque, al fin y al cabo, fuera de mis
méritos... de mis investigaciones .. . tengo una cara como para que no se la
olvide cuando se la ha visto alguna vez.
Inspector principal. — Ya lo creo.
Profesor
Taranne. — Es cierto que después de eso he hecho un
largo viaje al extranjero.
Inspector
principal. — Ya sé. Un viaje que ha sido para usted un
gran éxito.
Profesor Taranne. — Un éxito extraordinario. Como que pienso marcharme otra vez. (Pausa.)
En el extranjero, examinan con más seriedad los problemas que me interesan.
Se les concede una importancia que no siempre tienen aquí, hay que confesarlo.
El Inspector Principal no se mueve.
El Profesor Taranne se va acercando con timidez a los dos Caballeros.
El Fmpleado Subalterno, que sigue teniendo la misma actitud, parece dormido.
La Empleada Antigua sique consultando sus papeles.
La periodista. (alejándose de la ventana y saliendo al encuentro de los dos
Caballeros) . — Pensar que no les reconocía. Les ruego que me
disculpen.
Segundo Caballero .— Qué fácil es volverse a encontrar.
Profesor Taranne. — Muchas veces he notado...
Segundo Caballero .— (dando la espalda una vez más al Profesor Taranne ydirigiéndose
al Primer Caballero). Creo que nos interesa obrar pronto.
Andan.
La periodista. — ¿Se trata de aquel asunto del que me habló el otro día?
Primer Caballero .— (riéndose). Lo se le escapa ni una,
señora.
Entra la Mujer
de Mundo, es una mujer de edad, vestida con traje oscuro, un sombrero
con velo, acompañada por los Caballeros Tercero y Cuarto, dos hombres de alta
estatura, con canas en las sienes, vestidos con elegancia.
Segundo Caballero .— ¡Atiza!
Se dan un apretón de manos.
La periodista. — (al Tercer Caballero, con tono jovial). El mundo es un pañuelo!.
Tercer caballero.— (volviéndose
hacia la Mujer de Mundo y el Cuarto Caballero, en voz baja). Es una
periodista incansable. (Riéndose.) Se la ve por todas partes, hasta en los
Corredores de la universidad.
Apretón de manos. El Profesor Taranne se sobrecoge y
se acerca.
Cuarto caballero— He leído su último artículo; ¡enhorabuena!
La mujer de mundo (seria). —A propósito de
Universidad... he asistido la semana pasada a una clase que me ha llamado
particularmente la atención. (Reparando de repente en el Profesor Taranne).
Pero, supongo que no sueño, si es... (Al Profesor Taranne.) Profesor, no
me podía imaginar una casualidad tan grande. Estaba precisamente hablando de
usted.
Profesor Taranne. — (tartamudeando de emoción). Estoy encantado, señora...
La mujer de mundo— Permítame, profesor, presentarle mis amigos. (Señalando
al Profesor Taranne.) Profesor Ménard.
Profesor Taranne. — (aniquilado). Yo...
El Inspector Principal arregla
sus papeles sobre la mesa, se levanta, se pone el abrigo y sale por la
izquierda. Parece que nadie le ve salir.
Cuarto caballero— (en voz casi alta, inclinándose hacia la Mujer de Mundo). Pero si no es el profesor Menard. Se le parece algo, pero el profesor
Ménard es mucho más alto, más gordo...
Tercer caballero— Lleva las nafas en la mano... como él... (Riéndose.)Pero fuera
de eso...
Profesor Taranne. — (tartamudeando). Yo... soy el profesor Taranne... usted...
conocerá sin duda las investigaciones...
La mujer de mundo—¿Taranne?
Los Caballeros Tercero y Cuarto
hacen un ademán con la mano que significa: nosotros tampoco conocemos a este
señor.
El Empleado Subalterno se
levanta, coloca su silla cerca de la mesa y sale por la izquierda. Parece que
nadie le ha visto salir.
Profesor Taranne. — (tartamudeando), Le sorprende usted mucho... Sobre todo
porque conozco y estimo particularmente al profesor Renard y que... por su
parte... él siente por mí el mayor (hinchando la voz con desesperación.)
respeto;
El Profesor Taranne ha hablado en el vacío, nadie le
ha hecho caso. La Mujer de Hundo coge del brazo a los caballeros Tercero y
Cuarto. Lentamente dan algunos pasos.
La Empleada Antigua que ha terminado su trabajo se
pone el abrigo y sale por la izquierda sin que nadie parezca darse cuenta,
tampoco, de ello.
La Periodista(a todos) .— Me tengo que ir ahora.
Agita la mano para despedirse y
sale por la derecha.
Segundo Caballero .— (poniendo la mano en el hombro del Primero). Tenemos que
terminar pronto con esta impostura. Vamos. Nos encargaremos de ello.
La Mujer de Mundo (al
Cuarto Caballero). — ¿Nos vamos? No vamos a quedarnos aquí para siempre
{con gravedad, de repente) como
culpables ...
La Mujer de Mundo y los Caballeros
Tercero y Cuarto
salen a su vez por la derecha. El Profesor Taranne da algunos pasos hacia ellos pero pronto
se para y se apoya, tambaleándose, en una silla, luego se da cuenta, de
repente, de la ausencia del Inspector
Principal y de los Empleados
y echa a correr. Sale por la derecha.
Voz del Profesor Taranne (desde bastidores). —Discúlpenme ... pero quisiera preguntarles si han visto al inspector o a uno de los empleados ... Es muy molesto. Tenía que firmar mi declaración ... y ... no lo he hecho ... (Atemorizado.) Pero no habrán podido salir, cualquiera de nosotros los habría visto ... No comprendo. Entra, por la izquierda, la Gerente, vestida con una bata gris. Cambia ligeramente de sitio la -mesa y las sillas, quita los ficheros, trae un tablero de llaves y. lo cuelga en la pared del fondo, a la derecha del escenario.
Voz del Profesor Taranne (desde bastidores). —Discúlpenme ... pero quisiera preguntarles si han visto al inspector o a uno de los empleados ... Es muy molesto. Tenía que firmar mi declaración ... y ... no lo he hecho ... (Atemorizado.) Pero no habrán podido salir, cualquiera de nosotros los habría visto ... No comprendo. Entra, por la izquierda, la Gerente, vestida con una bata gris. Cambia ligeramente de sitio la -mesa y las sillas, quita los ficheros, trae un tablero de llaves y. lo cuelga en la pared del fondo, a la derecha del escenario.
La escena representa la recepción del hotel.
CUADRO
SEGUNDO
La
recepción del Hotel.
El Profesor Taranne anda de un lado para otro.
Profesor Taranne. — No viene nadie. ¡Qué pesadez! La Gerente habrá salido a pasear ...
como siempre. En este plan sería más honrado que presentase su dimisión ... (Pausa.) Tengo derecho í saber si
tengo correo o no. (Entran por la derecha los dos Policías, de aspecto vulgar.) ¿Quiénes
son ustedes? ¿Qué quieren? No hay nadie en la recepción.
Primer Policía.—Buscamos
a un tal ...
Saca un papel del bolsillo.
Segundo Policía. —
Taranne.
Profesor Taranne. — Ustedes se refieren al profesor Taranne.
Profesor Taranne. — Ustedes se refieren al profesor Taranne.
Primer. Policía. — En los papeles han dejado en blanco la profesión.
Profesor
Taranne. — Es un olvido que es de lamentar. Porque,
¿cómo puedo estar seguro de que me buscan a mí? (Se ríen los Policías.) Soy el profesor Taranne.
Tengo una cátedra en la Universidad .. . (Los Policías se acercan.) ¿Pero, qué pasa? No he
perjudicado a nadie. (Riéndose.) Mi conciencia no me reprocha nada.
Primer Policía. — Usted ha infringido nuestros reglamentos.
Profesor Taranne. — Explíquense ...
Segundo Policía. — Con mucho gusto, pero usted nos interrumpe.
Primer Policía. — Ha cometido una infracción muy corriente, le pondrán una multa y
nada más.
Profesor Taranne. — Pero habría que saber de qué se trata.
Primer
Policía. — ¡No se apure! ¿A quién no le han puesto
nunca una multa?
Profesor
Taranne (como quien toma una decisión heroica, después
de un silencio.) — Con que, ¡se trata de
eso! Ustedes no están al tanto. Pero si acabo de salir ahora mismo de la
Comisaría. He firmado los papeles necesarios. Unos testigos han asegurado que
mi conducta es honesta, el asunto está arreglado. Además, pueden ustedes
comprobarlo puesto que estoy aquí libre en su presencia y les estoy
explicando ... Sus servicios están muy
mal organizados, hay que confesarlo. Porque, al fin y al cabo, tendrían que
estar enterados ya de lo que les estoy diciendo. Ésta es la conclusión que yo
saco.
Segundo Policía. — Se confunde. Nosotros no dependemos de la Comisaría del distrito.
Tenemos que hacerle unas preguntas acerca de otro delito.
Profesor Taranne. —
Por favor, explíquense . ..
Primer Policía. — Le acusan de haber dejado papeles... en las casetas de baño.
Segundo Policía. — Cree que puede hacer todo lo que se le antoja. De ahora en adelante
sabrá que hay que respetar la limpieza de las casetas.
Profesor Taranne (agresivo). — Se confunden.
Precisamente no he alquilado ninguna caseta ...
ni ayer ni ... el otro día. Y éstas son las únicas veces que me he bañado en
esta temporada. {Pausa.) Es cierto que tengo costumbre de alquilar una
caseta Me molesta tener que desnudarme en la playa donde todos me pueden ver. Y
todas las precauciones que tiene que tomar uno si teme las miradas
indiscretas, todas estas precauciones me fastidian y sobre todo hacen que ande
perdiendo un tiempo que prefiero emplear {riéndose) en otras cosas ...
de más provecho. {Esbozando un ademán.) Siempre es un lío bajarse el
pantalón después de atar rápidamente la camisa alrededor de la cintura; puede
caer, hay que tener cuidado. {Pausa.) Ustedes dirán que siempre puede
uno esconderse detrás de las casetas, pero en esos sitios la arena no cambia
jamás, y es la mar de sucia ... siempre
duda uno en ir a esos sitios.
Primer Policía {tendiendo al Profesor
Taranne el papel que llevaba en la mano). — Está bien. Sólo le pedimos que haga la declaración siguiente: juro
no haber ocupado ninguna caseta de baño a partir del día tal, y que firme. Está
claro.
Segundo Policía. — Puede usted, si es cierto y si lo desea, añadir después: a partir de
tal fecha y eso porque no tenía dinero.
Profesor
Taranne. — Es cierto ...
no llevaba dinero. A cualquiera le ocurre olvidarse el dinero en casa. Claro
está, puede parecer algo raro que tal hecho se repita con algunos días de
intervalo. Pero, si se piensa mejor la cosa, es ésta una visión muy
superficial. ... Las cosas vienen siempre por series. Es curioso pero ... es el
caso. Pues sí, la última vez que fui a la playa, se me olvidó otra vez el dinero ... Podrán ustedes advertirme que podía haber
vuelto por él, volver hacia atrás. Pero eso sí que no pude hacerlo, señores, y
nunca he podido. Recorrer una carretera pensando que habrá que recorrerla otra
vez, volver a ver todos los detalles de ella, no tengo fuerza para eso. {Cambiando
de tono.) Además y en general, no me gusta andar. No puedo trabajar
andando.
Segundo
Policía {sacando un cuaderno de su bolsillo). —- ¿Reconoce usted esto?
Profesor Taranne. — Pero si es mi cuaderno ... ¿Cómo ha llegado a parar a sus manos?
Contésteme. Exijo que me responda. Siempre lo llevo conmigo, no lo dejo nunca.
Apunto en él todas las ideas que se me ocurren durante el día, ideas que luego
desarrollo ... No, ustedes no hallarán
en él ni siquiera el texto completo de una clase mía (riéndose). No
bastaría para ello todo el cuaderno... Mis clases son largas, larguísimas. Un
amigo me aseguró un día que en ninguna Universidad se dan tan largas. Tengo
derecho a varias horas seguidas ... A veces ocupo la cátedra hasta la noche ..
. Mientras hablo encienden las lámparas y por las puertas abiertas entran sin
cesar nuevos oyentes. Naturalmente, no me gusta mucho esto, por el ruido de
las sillas ... Pero muchos tienen
durante el día ocupaciones que no pueden dejar de atenderla pesar de lo mucho
que les gustaría ... Hay que
comprenderlos. Cuanto más que esto no perjudica el curso. Mis clases están
repartidas de tal forma que se puede seguir una parte sin haber oído la
precedente . .. No es que yo me repita, ni mucho menos. Pero al principio de
cada parte, hago un resumen de lo anteriormente dicho y este resumen, señores,
lejos de carecer de utilidad, arroja una luz nueva en el asunto que estoy
tratando.
Primer
Policía. — Hay en su cuaderno unas cuantas páginas
escritas con una letra que no es suya.
Segundo Policía (alargando
el cuaderno al Profesor
Taranne.) (Sin dárselo) . — Aquí, por ejemplo.
Los dos Policías rodean al Profesor Taranne.
Los dos Policías rodean al Profesor Taranne.
Profesor
Taranne (inclinándose hacia el cuaderno que sigue manteniendo
el Segundo Policía) . — Qué va a estar escrito con otra letra, si esta letra es mía, ¡mía!
Reconozco muy bien mi letra, una letra como la mía, ¡tan peculiar!
Segundo Policía. —
Si es así, léanos lo que ha escrito.
Profesor
Taranne (intentando desentrañar el sentido de la
página indicada). — Voy ... vosotros...
vino ... Tiene razón, me cuesta comprender el sentido de esto. Pero no es
ninguna prueba. Cuando se escribe muy de prisa, andando, por ejemplo —y conste
que a menudo escribo andando— es frecuente que uno no pueda volver a leerse.
Primer
Policía. — Al autor de un texto le resultará fácil
completar lo que le cuesta leer otra vez ... en su propio texto.
Segundo
Policía. — Parece que ...
Profesor
Taranne (atemorizado). —
¿Que he querido cambiar de letra? Pero ¿para qué? ¿Para qué?
Primer Policía (riéndose)— No sé. Para cambiar un
poco...
Profesor Taranne (alargando
la mano). — Por favor, devuélvamelo. El Segundo Policía esconde el cuaderno
detrás de sus espaldas.
Primer Policía. — ¡Un poco de paciencia!
Segundo Policía. — Una pregunta más. ¿Por qué están escritas tan sólo las primeras y
las últimas páginas del cuaderno? Las páginas de en medio .. .
Profesor Taranne. — ¿Las páginas de en medio? No, no puede ser... Hace mucho que acabé
con este cuaderno. Es un cuaderno muy antiguo que saqué para volverlo a leer,
para buscar algunos datos que me hacían falta. Me acuerdo... He escrito por
todas partes incluso en los márgenes. Ustedes se habrán fijado. Todo está lleno
por mí, ¿me oyen?
Segundo Policía (entregando el cuaderno al Profesor Taranne)": —
Mírelo usted.
Primer Policía. — No habrá utilizado aún todas las páginas, esto es todo.
Profesor
Taranne. — Sí, es cierto ... Hay un espacio en blanco.
Un blanco en medio.
Segundo Policía (riéndose).
— Ya se lo habíamos dicho.
Profesor Taranne. — Voy a explicárselo ... Nada más sencillo ... A veces empiezo a
escribir en mis cuadernos por un lado, a veces por el otro ... Me entienden ... Ya, ya sé que me van a poner reparos.
Ustedes me dirán .. . "¿Pero en ese caso por qué viene escrito siempre en
el mismo sentido? Si empezara por las dos extremidades no se podría leer de un
tirón". Naturalmente ... pero
ocurre que yo me fijo ... (Los dos Policías salen por la derecha. Taranne que no ha notado su salida
continúa su discurso.) Evidentemente podría haber tenido cuidado de no
dejar páginas en blanco, y ... esto no
hubiera ocurrido . .. Yo soy distraído, señores. Muchos sabios, muchos de los
que hacen investigaciones lo son ... Lo son casi todos, es cosa conocida. (Riéndose.)
Hay anécdotas que se refieren a eso ...
Dándose cuenta de repente de que está solo, sale precipitadamente por
la derecha.
Voz del Profesor Taranne (entre bastidores). — Esperen
... Si no he firmado mi declaración. Ni siquiera me han dado pluma y yo no
llevaba ninguna . .. Arriba ... ¡la dejé arriba! Pero no podía ir por
ella... No sé por qué mi llave no está
en el tablero y la gerente se ha ido ¡como siempre! ¿Me oyen? (Grita.) ¡Señores!
Casi inmediatamente vuelve
a aparecer por la derecha siempre con el cuaderno en la mano.
Profesor
Taranne (andando). —
No comprendo por qué se habrán marchado de esta forma, sin decir nada, sin
darme siquiera un apretón de manos ... Van y vienen ... les parece cosa normal
venir a molestar a un hombre que está trabajando, que necesita un poco de
tranquilidad para poner en orden sus investigaciones. (El Profesor Taranne da algunos pasos,
entra por la izquierda la Gerente que
lleva debajo del brazo un inmenso rollo de papel. El Profesor Taranne dirigiéndose hacia
la Gerente.) ¿Tengo alguna
carta?
La Gerente. — No, señor profesor; nada más que esto, que me pidieron entregara
cuanto antes al señor profesor. Le tiende el rollo de papel.
Profesor
Taranne (cogiendo el rollo de papel).—Gracias.(Sale la Gerente.
El Profesor Taranne pone
el cuaderno sobre la mesa, se arrodilla y desenrolla el rollo en medio del
escenario. Es un mapa gigantesco que representa un plano dibujado con tinta
china. EL Profesor Taranne, de
rodillas e inclinado hacia el mapa, balbucea.) Se trata de una equivocación
... Seguro que esto no era para mí ... Pero el profesor Taranne soy yo, de eso
no hay duda. (Grita.) ¡Señora!
La
Gerente (vuelve a aparecer por la izquierda). — ¿Me ha llamado usted, señor profesor?
Profesor Taranne (levantándose).
— ¿Quién le trajo este mapa?
La Gerente. — Lo encontré sobre el mostrador al volver. Habían dejado además una
hoja que ponía: entregar cuanto antes al profesor Taranne. No sé nada más. Sale
por la izquierda.
El Profesor Taranne se arrodilla de nuevo ante el mapa y lo estudia. Por la derecha entra Juana, una
mujer joven y morena, de lindas facciones y voz pausada. No parece nada
sorprendida, da la vuelta al mapa para no pisarlo. Se para al otro lado del
mapa a la izquierda del escenario.
Juana. — Se está bien aquí.
Profesor Taranne. — Juana, me pasan cosas sorprendentes.
Juana.
— ¿Sorprendentes? ¿Estás seguro? Siempre dices que
todo es sorprendente. (Riéndose.) ¡Vaya hermano que tengo!
Profesor Taranne. — Atiéndeme . .. Acaban de traerme este mapa. Es el plano del comedor
de un barco en el que dicen que he reservado un pasaje. Pero, ahí está el
asunto, yo no he reservado nada en un barco ...
Juana
(se arrodilla y se inclina hacia el mapa). — Según parece en este plano, se trata de un comedor grande y hermoso.
Profesor Taranne. —
Sí, es grande.
Juana.
— Muchas veces he admirado en las agencias las
fotografías del "Presidente Welling". Desde luego es el paquebote más
rápido y más cómodo de todos.
Profesor
Taranne.—Puede ser. Pero conste que no he reservado
ningún billete en este barco, ni en ningún otro y que por lo tanto . . .
Juana (se inclina más y pone la palma de la mano sobre el mapa). — ¿De qué te quejas? Han querido honrarte. (Señalando con el dedo
un punto en el mapa.) Ves, esta cruz es tu sitio. Te han puesto en la mesa
de honor y en el centro además.
Profesor Taranne. — Pero esto no explica por qué iba yo a reservar un pasaje en un
barco. ¿Y adonde iba a ir? No se va a Bélgica por mar, que yo sepa.
Juana. — Si te han reservado un sitio tan bueno es que estarán enterados de
quién eres.
Profesor
Taranne. — Claro... No es mera casualidad el que me
hayan puesto en la mesa de honor, al lado de las más altas personalidades . ..
Pero no pienso ir tan lejos. No tengo ningún motivo para hacerlo. No tengo nada
que buscar, ni que temer.
Juana (se levanta y se pone muy erguida). —
Habrás sacado el billete un día que estabas cansado de tanto trabajar. Y luego
has estado menos cansado y se te ha olvidado que lo habías sacado.
Profesor Taranne (distraído).—Quizás.
juana. —
Ocurre a menudo que uno haga cosas que después se le olvidan. Muchas veces
busco yo mis peinetas y las tengo en el pelo. Es raro, se siente una entonces
un poco molesta. Y luego, se ríe. (Se ríe y luego con aire serio.) Tengo
una carta para ti.
Profesor Taranne (precipitadamente). — ¿De Bélgica?
Juana. —
No sé. Hay una estatua en el sello y pone algo.
Profesor Taranne. — ¿Tienes la carta?
Se dirige hacia Juana, dando
la vuelta al mapa.
Juana (saca
una carta de su bolsillo).—Debajo de la estatua pone (lee) Territorio de la Independencia.
Profesor Taranne. — ¡Pero si ningún sello dice eso!
(Alargando la mano.) Dámela.
Juana (enseñando
la carta al Profesor Taranne, sin dársela). — Ya ves, al lado hay otro
sello con un león.
Profesor Taranne. — Sí, el león real de Bélgica.
Juana. —
He tenido que pagar una sobretasa. (Riéndose.)
Tengo el
portamonedas vacío.
Profesor
Taranne. — Es lo que yo pensaba. La carta del rector
¡por fin! (Pausa.) Dámela.
¿Por qué no me la quieres dar?
Juana. —
Quisiera leértela.
Profesor Taranne. — Dámela.
Quiere coger la carta pero Juana se
resiste.
Juana (entregando la carta al Profesor) . —
Como quieras.
Profesor Taranne. — No, léela. (Juana se sienta en el borde de la mesa y abre el sobre. El Profesor Taranne queda de pie a su lado).
Juana (lee con voz neutra, voz que tendrá hasta el final de la obra).— Muy señor mío. Usted deja ver en su última carta cierta impaciencia
que, se lo confieso, me sorprendió...
Profesor Taranne (aterrorizado).
— Me lo figuraba. He metido la pata, habré quedado
mal con él...
Juana (lee).
— Conste que creía, al llamarle la atención sobre la
salud de mi mujer, haberle dado bastantes explicaciones respecto al tiempo que
tardé en contestarle.
Profesor Taranne. — Claro, claro, tenía que haberle pedido noticias de su mujer. Pero
podía ponerse en mi lugar. Le hablaba en mi carta de cosas que son
particularmente queridas para mí. No se .pasa tan fácilmente de un asunto a
otro. (Pausa.) Pues es cierto, lo de su mujer se me olvidó.
Juana (lee). — Siendo así me resulta de
todas maneras imposible tomar las disposiciones necesarias para que pasara una
segunda temporada con nosotros ...
Profesor Taranne. — Se cree que sólo él sabe hacer las cosas ... Para tomar estas disposiciones otros
tienen tantos méritos como él .. Otros estarían encantados de hacerme un favor,
de hacer trámites para mí.
Juana
(lee). —
Tengo también que decirle que en su último viaje me enteré sorprendido de que
había dejado de notificar a la dirección las horas precisas de sus clases, lo
cual perjudicó a sus colegas que en el último momento tuvieron que modificar
sus horarios .. .
Profesor Taranne. — Pero, ¡si era lo que ellos querían!
Juana (lee). —... También me he enterado
de que sus charlas se habían prolongado más de lo permitido ...
Profesor Taranne. — Si prolongué mis clases, fue porque la abundancia de las
asignaturas me obligó a ello ... y que no había otro remedio ...
Juana (lee). — Me han dicho, por fin,
que la atención de sus alumnos fue disminuyendo de una forma notoria, que
incluso llegaron algunos a hablar en voz alta y que otros salieron del
anfiteatro antes de que usted terminara de dar su clase ...
Profesor Taranne. — ¿A quién se le antojó contarle tales mentiras? ¿Y cómo puede ser él
tan crédulo? ¡Pero si es absurdo! Si hubieran abandonado el aula mientras daba
mi clase lo habría visto y me habría parado ... y el caso es que no me paré ...
Al revés, hablé de un tirón y sin bajar el tono. (Pausa.) Jamás tuve que
bajar el tono. Claro que ocurrió alguna vez que unos estudiantes se marcharon
antes de terminar la clase. Pero era porque tenían que coger el tren para
volver a su casa. Habían venido de otra ciudad, precisamente para oirme y sólo
tenían aquel tren ... No se les puede reprochar nada a esos estudiantes, nada
en absoluto ... En cuanto a los murmullos que, una vez, se hicieron oir en el
fondo de la sala, sé quién los fomentó ... Unas chicas estudiantes tuvieron
que hacer callar a unos jóvenes sentados detrás de ellas que exclamaban:
"¡Qué claro todo! ¡Qué facultad tan grande de razonar...!" No se
puede tomar a mal, ellas tomaban apuntes concienzudamente. Era de lo más
elemental que pidieran silencio.
Juana (lee).—Todo esto no tendría ni la
menor importancia si el interés de sus clases fuera indiscutible, pero no es
así. Sus últimas conferencias me han parecido muy desiguales. . .
Profesor Taranne. — ¡Desiguales! ¡Es fácil decirlo!
¡Si es que no se puede ir siempre al centro del asunto! Si es que hay
temas que uno profundiza más que otros, porque le conciernen a uno personalmente,
le impresionan ... Se golpea el pecho
con el dedo.
Juana (lee). — Algunos temas me
interesan. Pero me habría gustado que los desarrollara con más precisión e
incluso con más honradez. Las ideas que expresa me recuerdan demasiado a las
ya francamente reputadas del profesor Ménard. Conste que no pongo yo el menor
reparo a estas ideas. Al contrario, me parecen dignas de la mayor atención.
Pero me pregunto cómo pudo usted dejar de indicar sus puntos de referencia y
por lo tanto presentar como resultado de sus propias investigaciones el plagio
de una obra que todos conocemos y admiramos...
Profesor Taranne (se apoya, deshecho, sobre la mesa y balbucea). — Es mentira ... es mentira ...
Se nos ocurrieron las mismas ideas en la misma época. Son cosas que ocurren. No
es ésta la primera vez ...
Juana (lee). — Quizás no le hubiera
comunicado mis impresiones si no me hubieran enviado cartas de diferentes
partes, llamándome la atención sobre lo que habrá que llamar su indelicadeza.
Profesor Taranne (enderezándose, sobrecogido).—
¡Le escribieron todos! Sabía que lo harían. Les observé detenidamente.
Mientras hablaba chillaban. (Con voz chillona.) "Ha robado las
gafas del profesor Ménard; todo lo hace como el profesor Ménard, lástima que
sea más bajo que él". Y no sé cuántos disparates ... Ojalá "tuvieran el valor de
levantarse y decirme las cosas a la cara, las cosas que cuchicheaban como
cobardes, entonces me hubiera levantado y les hubiera dicho {pone cara de
orador, hinchando la voz) ¡Señores! ...
Juana (lee). —Resulta de todo esto que
no puedo invitarle a nuestra próxima sesión. Crea usted, señor, que lamento
haber tenido que modificar la opinión que tenia de usted. Juana se levanta, pone tranquilamente
la carta sobre la mesa y se prepara para salir. El Profsor Taranne se agarra a la mesa para no caer.
Profesor Taranne. — ¿Y por qué decirme eso después de tantos años? ¿Por qué no me lo
dijeron antes? ¿Por qué no me lo dijeron todos? ¡Ya que es notorio! ¡Ya que
salta a la vista inmediatamente!
Mientras habla el Profesor Taranne, Juana da la vuelta al mapa (por no pisarlo)
cuidadosamente y sale despacio por la derecha.
Después de esta última frase el Profesor Taranne se
vuelve hacia el mapa y lo mira largamente.
La Gerente
entra por la izquierda sin mirar al Profesor Taranne, quita los pocos objetos de que se compone el decorado (sillas, etc.)
y las puertas en los bastidores. El escenario queda vacío. Tan sólo el cuaderno
y la carta que la Gerente
ha dejado caer están en el suelo. El Profesor Taranne no ha visto nada. Después de salir la Gerente, él
coge el mapa, se dirige con paso mecánico hacia el fondo del escenario, y busca
con la mirada un sitio para colgarlo. Un aparato ya está puesto. Poniéndose de
puntillas llega a colgar el mapa de la pared. El mapa es una gran superficie
gris, uniforme, vacía del todo. El Profesor Taranne de
espaldas al público, la contempla durante un momento, y luego, lentamente,
empieza a desnudarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario