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jueves, 28 de noviembre de 2013

Adamov - Profesor Tarane

EL  PROFESOR  TARANNE
A Elmar Tophoven




PERSONAJES
El profesor Taranne
Juana
El Inspector principal
El empleado subalterno
La empleada antigua
La periodista
La gerente
La mujer de mundo
Primer caballero
Primer policía
Segundo caballero
Segundo policía
Tercer  caballero
Cuarto caballero



CUADRO   PRIMERO   

La Comisaría.             ....
A la izquierda, en primer término, sentado detrás de una -mesa cu­bierta de papeles, el Inspector principal, hombre de edad, de buena estatura.
lleva una chaqueta negra y un pantalón a raya. De pie, frente a la mesa, el Profesor Taranne, muy estirado. Tendrá unos cuarenta años. Va de negro también.
A su derecha, un poco hacia atrás, sentado a horcajadas en una silla, con la barbilla apoyada en el respaldo, un joven muy moreno: el Empleado subalterno.
A la izquierda, en el fondo, la Empleada antigua que lleva un vestido ligero de tela estampada: consulta papeles, abre y cierra los cajones, examina fichas.
A la derecha, el escenario está vacío.
Profesor Taranne (algo jadeante, de un tirón). — ¡Pero si ya saben quién soy yo! Soy célebre, gozo de la estima de todos. Tendrían que saber eso lo mismo que los demás, incluso, dada su profesión, mejor que los demás. Se tienen que dar cuenta perfecta de que esta acusación es absurda. ¿Por qué iba yo a hacer eso? Mi conducta hace ver muy bien que no puedo haber tenido tal desliz  ... ¡Por favor, señores, tengan ustedes un poco de sentido común! ¡Se lo ruego! ¿A quién se le ocurre desnudarse con el frío que hace? (Riéndose.) No tengo ganas de caer enfermo, de estar en la cama durante semanas enteras. Como todos los grandes trabajadores no gasto mi tiempo en tonterías ... ¡Piénsenlo bien! ¿Puede uno fiarse del testimonio de unos niños? Dicen . .. cuanto se les antoja. Para llamar la atención, para que se les atienda, harían cualquier cosa  ... Hay que conocer a los niños. Y yo sí que los conozco. Con esto no quiero decir que mis alumnos sean niños (con gesto de presunción). Soy catedrático ... Pero ... (volviéndose hacia la Empleada antigua que sigue guardando sus papeles) Mi hermana tiene una niña. Una niña que quiere, sea como sea, que la tomen en serio. Quiere que le hagan caso. ¡Sí, que le hagan caso! Y eso que la quiero mucho. Puedo decir que quiero a todos los niños. Pero una cosa es quererlos y otra creer lo que cuentan  ... Iba paseando cerca del agua y de repente los vi. Estaban allí, muy cerquita, me rodeaban  ... Y salían otros, por todas partes y al mismo tiempo. Todos caían sobre mí. Entonces eché a correr. No sé porqué corrí. Porque me sorprendería verlos allí. Claro que corrí. Podrán haberles dicho que corrí pero nada más. Hagan el favor de mirarme, señores: ¿tengo pinta de haberme vestido precipitadamente? ¿Y cuándo podía ha­ber tenido tiempo de volverme a vestir?
Inspector principal. — Lo siento. El caso es que tengo aquí un informe que no coincide ni mucho menos con lo que me cuenta.
Profesor Taranne. — Corrían y chillaban todos a la vez. (En voz baja.)  Como si se hubieran concertado.
Inspector principal. — ¿Y qué chillaban?
Profesor Taranne (con voz atiplada y señalando con el dedo). — "Ya verás, ya verás." Pero, ¿qué iba a ver? No he hecho nada malo y lo puedo probar.
Inspector principal. — Estamos dispuestos a dejarnos persuadir.
Profesor Taranne. — Soy el profesor Taranne, un hombre eminente. He dado numerosas conferencias en el extranjero. Hace poco me invitaron a Bélgica y tuve un éxito sin precedentes ... Todos los jóvenes se peleaban para que les diera mis apuntes  ... luchaban por tener una hoja escrita por mí . . .
Inspector Principal (se levanta y pone la mano en el hombro del Profesor) . — No es que ponga en duda sus éxitos. Pero de momento no es lo que nos importa.   (Quita la mano. Pausa.)  Tenemos que esclarecer este asunto para completar el informe. Permanece en pie.
Profesor Taranne. — ¿El informe? ¿Qué informe? Pero si hacen un informe pueden perjudicarme gravemente  ... echarme abajo la carrera.
Inspector principal (se vuelve a sentar). — A otros les pasó lo que a usted. (Pausa.) Le pondrán una multa y se acabó. Si puede pagarla este incidente no tendrá para usted ninguna consecuencia.
Profesor Taranne. — Claro que puedo pagarla. Tengo dinero. Voy a firmarles un cheque, nada más fácil. (Echando mano a su bolsillo.)   Ahora mismo, si quieren...
Inspector principal (se levanta de nuevo y toca el brazo del Profesor) . — No, ahora mismo no. Sólo le voy a pedir que firme (señalando una hoja sobre la mesa) una declaración en la que reconozca haber sido sorprendido desnudo, por unos niños, al ano­checer. (Se vuelve a sentar.) Puede añadir que no sabía que le miraban.
Profesor Taranne. — Ya lo creo que sé que me miran, y que me remiran, que todos tienen los ojos clavados en mí. ¿Por qué me miran así? Yo no miro a nadie. Casi siempre bajo la mirada. Y a veces casi cierro los ojos. (Pausa.) Tenía los ojos casi cerrados cuan­do acudieron todos.
Inspector principal. — ¿Cuántos eran?
Profesor Taranne. — No los conté, no me dio tiempo. (Pausa.) ¿Por qué me hace esta pregunta? Ya he declarado quién soy. Creo que con esto basta y sobra  ... No acabo de creer que usted no haya jamás oído hablar de mí.
Inspector principal (se ríe). — Lo siento.
Profesor Taranne. — Pues sí que es de sentir. Es preferible saber con quién trata uno. (Con violencia.) Otra vez se lo repito, ¿cómo pueden ustedes fiarse de unos niños chismosos? ¿Quién puede probar que la niña que vino aquí a contárselo todo haya de verdad asis­tido ... a eso? Otros niños se lo habrían contado a su modo y quizás lo haya modificado ella, transformándolo aún más, quizás sin darse cuenta. (Pausa.) Sí, será lo que habrá pasado. Además, nada más fácil, usted convoca a los que me conocen. Puedo darles sus apellidos y sus títulos. Garantizarán mi honorabilidad . .. , mi fama. (Pausa.) ¡Que vengan aquí todos! ¡Que venga aquí quién sea! Y ya verán ... Entra por la derecha la Periodista, una mujer ruina, ni joven ni vieja, ni fea ni guapa, con el pelo cortado a lo garçonne. Lleva una falda de pliegues y una blusa con mangas cortas.
La Periodista. — ¿No ha visto usted un señor muy alto, muy gordo? Lleva siempre las gafas en la mano. Me ha citado aquí . . .
El Empleado subalterno. — Nadie ha venido aquí, señora, ex­cepto (señalando al Profesor)  el señor profesor.
El Profesor Taranne se sobrecoge.
Profesor Taranne (acercándose a la Periodista). — Creo que ya nos hemos encontrado alguna vez, señora ... Si bien recuerdo, us­ted ha publicado hace poco una tesis  ... (volviéndose hacia el Empleado subalterno) una tesis magnífica.
La Periodista (andando con desparpajo). — Creo que usted se con­funde. Soy periodista. (Al Empleado subalterno.) ¡Qué calor hace aquí! ¿No pueden ventilar un poco esta habitación?
El Empleado subalterno. — Con mucho gusto.
Se levanta, pero la Empleada antigua se ha adelantado y hace como que abre la ventana del fondo. Se vuelve a sentar y a tomar la misma actitud; con la barbilla apoyada en el respaldo de la silla.
Profesor Taranne (a la Periodista). — Permítame que me presente
La Periodista (da la espalda al Profesor Taranne y se dirige hacia el Inspector principal que sigue escribiendo). — Verdadera­mente los hombres carecen de imaginación. Cuando quieren hablar a una mujer siempre dicen que ya la- han encontrado en otro sitio.
El Inspector se ríe ligeramente mientras  sigue escribiendo. 
La Periodista  se dirige hacia la ventana del fondo.
Entran por la derecha el Primero y Segundo Caballero, muy
atareados, con abrigos de invierno. El Primer Caballero lleva una cartera de cuero. Se ve claramente que siguen hablando de un asunto anterior a su entrada.
Primer Caballero (al Segundo) — Bien le había dicho yo "que desconfiara de él.
Profesor Taranne (acercándose, después de una ligera duda, a los dos Caballeros).  — Estoy  encantado de encontrarlos.  Van  a poder hacerme ... un favor. Los dos hombres se miran suspensos. Se piensan que el Profesor
Taranne es un loco.
Primer Caballero (fríamente). — No le conozco a usted, caballero.
El Segundo Caballero hace un ademán que significa: yo tampoco.
Profesor Taranne. —¿Cómo que no? Tantas veces como los he visto asistir a mis clases.
Segundo Caballero. — No asistimos a ninguna clase.  (Riéndose.) Hace tiempo que dejamos los estudios.   (Al Primer Caballero, con cara de importante.)  Habrá que obligarle a cambiar de pro­grama. El Primer Caballero coge el brazo del Segundo. Van y vienen.
Profesor Taranne (siguiéndoles). — Pero señores, no pueden uste­des dejar de reconocerme, es imposible, si soy ... el profesor Taranne.
Primer Caballero (despacio, como quien intenta recordar algo). — ¿Taranne?
Segundo Caballero (dando claramente la espalda al Profesor. Ta­ranne y cogiendo del brazo al Primer Caballero) . — En todo caso puede usted contar con mi colaboración.
Profesor Taranne (tartamudeando). — Señores, por favor, hagan un esfuerzo, un pequeño esfuerzo y quizás  ... dentro de unos se­gundos exclamen ustedes (alegre): ¡Pero si es Taranne!
Segundo Caballero (encogiéndose de hombros). — ¿No ve usted que tenemos que hacer? El Profesor Taranne queda como embelesado.
Primer Caballero (al Segundo, cogiéndole del brazo). — Ya es hora de tomar medidas. Dan algunos pasos.
Profesor Taranne (dirigiéndose al Inspector principal que sigue sentado a la mesa). — ¡Qué cosa más rara! Porque, al fin y al cabo, fuera de mis méritos... de mis investigaciones .. . tengo una cara como para que no se la olvide cuando se la ha visto alguna vez.
Inspector principal. — Ya lo creo.
Profesor Taranne. — Es cierto que después de eso he hecho un largo viaje al extranjero.
Inspector principal. — Ya sé. Un viaje que ha sido para usted un gran éxito.
Profesor Taranne. — Un éxito extraordinario. Como que pienso marcharme otra vez. (Pausa.) En el extranjero, examinan con más seriedad los problemas que me interesan. Se les concede una impor­tancia que no siempre tienen aquí, hay que confesarlo.
El Inspector Principal no se mueve.
El Profesor Taranne se va acercando con timidez a los dos Caballeros. El Fmpleado Subalterno, que sigue teniendo la misma actitud, parece dormido.
La Empleada Antigua sique consultando sus papeles.
La periodista. (alejándose de la ventana y saliendo al encuentro de los dos Caballeros) . —  Pensar que no les reconocía. Les ruego que me disculpen.
Segundo Caballero .— Qué fácil es volverse a encontrar.
Profesor Taranne. —  Muchas veces he notado...
Segundo Caballero .(dando la espalda una vez más al Profesor Taranne ydirigiéndose al Primer Caballero). Creo que nos interesa obrar pronto.
Andan.
La periodista. ¿Se trata de aquel asunto del que me habló el otro día?
Primer Caballero .— (riéndose). Lo se le escapa ni una, señora.
Entra la Mujer de Mundo, es una mujer de edad, vestida con traje oscuro, un sombrero con velo, acompañada por los Caballeros Tercero y Cuarto, dos hombres de alta estatura, con canas en las sienes, vestidos con elegancia.
Segundo Caballero .— ¡Atiza!
Se dan un apretón de manos.
La periodista. (al Tercer Caballero, con tono jovial).  El mundo es un pañuelo!.
Tercer caballero.   (volviéndose hacia la Mujer de Mundo y el Cuarto Caballero, en voz baja). Es una periodista incansable. (Riéndose.) Se la ve por todas partes, hasta en los Corredores de la universidad.
Apretón de manos. El Profesor Taranne se sobrecoge y se acerca.
Cuarto caballero He leído su último artículo; ¡enhorabuena!
La mujer de mundo (seria). A propósito de Universidad... he asistido la semana pasada a una clase que me ha llamado particularmente la atención. (Reparando de repente en el Profesor Taranne). Pero, supongo que no sueño, si es... (Al Profesor Taranne.) Profesor, no me podía imaginar una casualidad tan grande. Estaba precisamente hablando de usted.
Profesor Taranne. (tartamudeando de emoción). Estoy encantado, señora...
La mujer de mundoPermítame, profesor, presentarle mis amigos. (Señalando al Profesor Taranne.) Profesor Ménard.
Profesor Taranne. —  (aniquilado). Yo...
El Inspector Principal arregla sus papeles sobre la mesa, se levanta, se pone el abrigo y sale por la izquierda. Parece que nadie le ve salir.
Cuarto caballero (en voz casi alta, inclinándose hacia la Mujer de Mundo). Pero si no es el profesor Menard. Se le parece algo, pero el profesor Ménard es mucho más alto, más gordo...
Tercer caballero Lleva las nafas en la mano... como él... (Riéndose.)Pero fuera de eso...
Profesor Taranne. (tartamudeando). Yo... soy el profesor Taranne... usted...
conocerá sin duda las investigaciones...
La mujer de mundo¿Taranne?
Los Caballeros Tercero y Cuarto hacen un ademán con la mano que significa: nosotros tampoco conocemos a este señor.
El Empleado Subalterno se levanta, coloca su silla cerca de la mesa y sale por la izquierda. Parece que nadie le ha visto salir.
Profesor Taranne. (tartamudeando), Le sorprende usted mucho... Sobre todo porque conozco y estimo particularmente al profesor Renard y que... por su parte... él siente por mí el mayor (hinchando la voz con desesperación.) respeto;
El Profesor Taranne ha hablado en el vacío, nadie le ha hecho caso. La Mujer de Hundo coge del brazo a los caballeros Tercero y Cuarto. Lentamente dan algunos pasos.
La Empleada Antigua que ha terminado su trabajo se pone el abrigo y sale por la izquierda sin que nadie parezca darse cuenta, tampoco, de ello.
La Periodista(a todos) . Me tengo que ir ahora.
Agita la mano para despedirse y sale por la derecha.
Segundo Caballero . (poniendo la mano en el hombro del Primero). Tenemos que terminar pronto con esta impostura. Vamos. Nos encargaremos de ello.
La Mujer de Mundo  (al Cuarto Caballero). — ¿Nos vamos? No vamos a quedarnos aquí  para siempre  {con gravedad, de re­pente)   como culpables ...

La Mujer de Mundo y los Caballeros Tercero y Cuarto sa­len a su vez por la derecha. El Profesor Taranne da algunos pasos hacia ellos pero pronto se para y se apoya, tambaleándose, en una silla, luego se da cuenta, de repente, de la ausencia del Inspector Principal y de los Empleados y echa a correr. Sale por la derecha.

Voz del Profesor Taranne (desde bastidores). —Discúlpenme  ... pero quisiera preguntarles si han visto al inspector o a uno de los empleados ... Es muy molesto. Tenía que firmar mi declaración ...   y ... no lo he hecho  ... (Atemorizado.) Pero no habrán po­dido salir, cualquiera de nosotros los habría visto  ... No comprendo. Entra, por la izquierda, la Gerente, vestida con una bata gris. Cambia ligeramente de sitio la -mesa y las sillas, quita los ficheros, trae un tablero de llaves y. lo cuelga en la pared del fondo, a la de­recha del escenario.

La escena representa la recepción del hotel.
                     CUADRO SEGUNDO
La  recepción  del  Hotel.
El Profesor Taranne anda de un lado para otro.
Profesor Taranne. — No viene nadie. ¡Qué pesadez! La Gerente habrá salido a pasear ... como siempre. En este plan sería más honrado que presentase su dimisión  ... (Pausa.) Tengo derecho í saber si tengo correo o no. (Entran por la derecha los dos Policías, de aspecto vulgar.) ¿Quiénes son ustedes? ¿Qué quieren? No hay nadie en la recepción.
Primer Policía.—Buscamos a un tal ...
Saca un papel del bolsillo.
Segundo Policía. — Taranne.
Profesor Taranne. — Ustedes se refieren al profesor Taranne.
Primer. Policía. — En los papeles han dejado en blanco la profesión.
Profesor Taranne. — Es un olvido que es de lamentar. Porque, ¿cómo puedo estar seguro de que me buscan a mí? (Se ríen los Policías.) Soy el profesor Taranne. Tengo una cátedra en la Uni­versidad .. . (Los Policías se acercan.) ¿Pero, qué pasa? No he perjudicado a nadie. (Riéndose.) Mi conciencia no me reprocha nada.
Primer Policía. — Usted ha infringido nuestros reglamentos.
Profesor Taranne. — Explíquense ...
Segundo Policía. — Con mucho gusto, pero usted nos interrumpe.
Primer Policía. — Ha cometido una infracción muy corriente, le pondrán una multa y nada más.
Profesor Taranne. — Pero habría que saber de qué se trata.
Primer Policía. — ¡No se apure! ¿A quién no le han puesto nunca una multa?
Profesor Taranne (como quien toma una decisión heroica, después de un silencio.) — Con que, ¡se trata de eso! Ustedes no están al tanto. Pero si acabo de salir ahora mismo de la Comisaría. He fir­mado los papeles necesarios. Unos testigos han asegurado que mi conducta es honesta, el asunto está arreglado. Además, pueden us­tedes comprobarlo puesto que estoy aquí libre en su presencia y les estoy explicando  ... Sus servicios están muy mal organizados, hay que confesarlo. Porque, al fin y al cabo, tendrían que estar enterados ya de lo que les estoy diciendo. Ésta es la conclusión que yo saco.
Segundo Policía. — Se confunde. Nosotros no dependemos de la Comisaría del distrito. Tenemos que hacerle unas preguntas acerca de otro delito.
Profesor Taranne. — Por favor, explíquense . ..
Primer Policía. — Le acusan de haber dejado papeles... en las ca­setas de baño.
Segundo Policía. — Cree que puede hacer todo lo que se le antoja. De ahora en adelante sabrá que hay que respetar la limpieza de las casetas.
Profesor Taranne (agresivo). — Se confunden. Precisamente no he alquilado ninguna caseta ... ni ayer ni ... el otro día. Y éstas son las únicas veces que me he bañado en esta temporada. {Pausa.) Es cierto que tengo costumbre de alquilar una caseta Me molesta tener que desnudarme en la playa donde todos me pueden ver. Y todas las precauciones que tiene que tomar uno si teme las mi­radas indiscretas, todas estas precauciones me fastidian y sobre todo hacen que ande perdiendo un tiempo que prefiero emplear {rién­dose) en otras cosas ... de más provecho. {Esbozando un ademán.) Siempre es un lío bajarse el pantalón después de atar rápidamente la camisa alrededor de la cintura; puede caer, hay que tener cui­dado. {Pausa.) Ustedes dirán que siempre puede uno esconderse detrás de las casetas, pero en esos sitios la arena no cambia jamás, y es la mar de sucia  ... siempre duda uno en ir a esos sitios.
Primer Policía {tendiendo al Profesor Taranne el papel que lle­vaba en la mano). — Está bien. Sólo le pedimos que haga la decla­ración siguiente: juro no haber ocupado ninguna caseta de baño a partir del día tal, y que firme. Está claro.
Segundo Policía. — Puede usted, si es cierto y si lo desea, añadir después: a partir de tal fecha y eso porque no tenía dinero.
Profesor Taranne. — Es cierto ... no llevaba dinero. A cualquiera le ocurre olvidarse el dinero en casa. Claro está, puede parecer algo raro que tal hecho se repita con algunos días de intervalo. Pero, si se piensa mejor la cosa, es ésta una visión muy superficial. ... Las cosas vienen siempre por series. Es curioso pero ... es el caso. Pues sí, la última vez que fui a la playa, se me olvidó otra vez el di­nero  ... Podrán ustedes advertirme que podía haber vuelto por él, volver hacia atrás. Pero eso sí que no pude hacerlo, señores, y nunca he podido. Recorrer una carretera pensando que habrá que reco­rrerla otra vez, volver a ver todos los detalles de ella, no tengo fuerza para eso. {Cambiando de tono.) Además y en general, no me gusta andar. No puedo trabajar andando.
Segundo Policía {sacando un cuaderno de su bolsillo). —- ¿Reconoce usted esto?
Profesor Taranne. — Pero si es mi cuaderno ... ¿Cómo ha llegado a parar a sus manos? Contésteme. Exijo que me responda. Siempre lo llevo conmigo, no lo dejo nunca. Apunto en él todas las ideas que se me ocurren durante el día, ideas que luego desarrollo  ... No, ustedes no hallarán en él ni siquiera el texto completo de una clase mía (riéndose). No bastaría para ello todo el cuaderno... Mis clases son largas, larguísimas. Un amigo me aseguró un día que en ninguna Universidad se dan tan largas. Tengo derecho a varias horas seguidas ... A veces ocupo la cátedra hasta la noche .. . Mientras hablo encienden las lámparas y por las puertas abiertas entran sin cesar nuevos oyentes. Naturalmente, no me gusta mu­cho esto, por el ruido de las sillas  ... Pero muchos tienen durante el día ocupaciones que no pueden dejar de atenderla pesar de lo mucho que les gustaría  ... Hay que comprenderlos. Cuanto más que esto no perjudica el curso. Mis clases están repartidas de tal forma que se puede seguir una parte sin haber oído la precedente . .. No es que yo me repita, ni mucho menos. Pero al principio de cada parte, hago un resumen de lo anteriormente dicho y este resumen, señores, lejos de carecer de utilidad, arroja una luz nueva en el asunto que estoy tratando.
Primer Policía. — Hay en su cuaderno unas cuantas páginas escritas con una letra que no es suya.
Segundo Policía  (alargando el cuaderno al Profesor Taranne.) (Sin dárselo) . — Aquí, por ejemplo.
Los dos Policías rodean al Profesor Taranne.
Profesor Taranne (inclinándose hacia el cuaderno que sigue man­teniendo el Segundo Policía) . — Qué va a estar escrito con otra letra, si esta letra es mía, ¡mía! Reconozco muy bien mi letra, una letra como la mía, ¡tan peculiar!
Segundo Policía. — Si es así, léanos lo que ha escrito.
Profesor Taranne (intentando desentrañar el sentido de la página indicada). — Voy ... vosotros... vino ... Tiene razón, me cuesta comprender el sentido de esto. Pero no es ninguna prueba. Cuando se escribe muy de prisa, andando, por ejemplo —y conste que a menudo escribo andando— es frecuente que uno no pueda volver a leerse.
Primer Policía. — Al autor de un texto le resultará fácil completar lo que le cuesta leer otra vez ... en su propio texto.
Segundo Policía. — Parece que ...
Profesor Taranne (atemorizado). — ¿Que he querido cambiar de letra? Pero ¿para qué? ¿Para qué?
Primer Policía (riéndose)— No sé. Para cambiar un poco...
Profesor Taranne  (alargando la mano). — Por favor, devuélva­melo. El Segundo Policía esconde el cuaderno detrás de sus espaldas.
Primer Policía. — ¡Un poco de paciencia!
Segundo Policía. — Una pregunta más. ¿Por qué están escritas tan sólo las primeras y las últimas páginas del cuaderno? Las pá­ginas de en medio .. .
Profesor Taranne. — ¿Las páginas de en medio? No, no puede ser... Hace mucho que acabé con este cuaderno. Es un cuaderno muy antiguo que saqué para volverlo a leer, para buscar algunos datos que me hacían falta. Me acuerdo... He escrito por todas partes incluso en los márgenes. Ustedes se habrán fijado. Todo está lleno por mí, ¿me oyen?
Segundo Policía (entregando el cuaderno al Profesor Taranne)": — Mírelo usted.
Primer Policía. — No habrá utilizado aún todas las páginas, esto es todo.
Profesor Taranne. — Sí, es cierto ... Hay un espacio en blanco. Un blanco en medio.
Segundo Policía  (riéndose). — Ya se lo habíamos dicho.
Profesor Taranne. — Voy a explicárselo ... Nada más sencillo ... A veces empiezo a escribir en mis cuadernos por un lado, a veces por el otro  ... Me entienden  ... Ya, ya sé que me van a poner reparos. Ustedes me dirán .. . "¿Pero en ese caso por qué viene es­crito siempre en el mismo sentido? Si empezara por las dos ex­tremidades no se podría leer de un tirón". Naturalmente  ... pero ocurre que yo me fijo  ... (Los dos Policías salen por la derecha. Taranne que no ha notado su salida continúa su discurso.) Evi­dentemente podría haber tenido cuidado de no dejar páginas en blanco, y  ... esto no hubiera ocurrido . .. Yo soy distraído, seño­res. Muchos sabios, muchos de los que hacen investigaciones lo son ... Lo son casi todos, es cosa conocida. (Riéndose.) Hay anéc­dotas que se refieren a eso ...
Dándose cuenta de repente de que está solo, sale precipitadamente por la derecha.
Voz del Profesor Taranne (entre bastidores). — Esperen ... Si no he firmado mi declaración. Ni siquiera me han dado pluma y yo no llevaba ninguna . .. Arriba ... ¡la dejé arriba! Pero no po­día ir por ella...  No sé por qué mi llave no está en el tablero y la gerente se ha ido ¡como siempre! ¿Me oyen? (Grita.) ¡Señores!
Casi inmediatamente vuelve a aparecer por la derecha siempre con el cuaderno en la mano.
Profesor Taranne (andando). — No comprendo por qué se ha­brán marchado de esta forma, sin decir nada, sin darme siquiera un apretón de manos ... Van y vienen ... les parece cosa normal venir a molestar a un hombre que está trabajando, que necesita un poco de tranquilidad para poner en orden sus investigaciones. (El Profesor Taranne da algunos pasos, entra por la izquierda la Gerente que lleva debajo del brazo un inmenso rollo de papel. El Profesor Taranne dirigiéndose hacia la Gerente.) ¿Tengo alguna carta?
La Gerente. — No, señor profesor; nada más que esto, que me pi­dieron entregara cuanto antes al señor profesor. Le tiende el rollo de papel.
Profesor Taranne (cogiendo el rollo de papel).—Gracias.(Sale la Gerente. El Profesor Taranne pone el cuaderno sobre la mesa, se arrodilla y desenrolla el rollo en medio del escenario. Es un mapa gigantesco que representa un plano dibujado con tinta china. EL Profesor Taranne, de rodillas e inclinado hacia el mapa, balbucea.) Se trata de una equivocación ... Seguro que esto no era para mí ... Pero el profesor Taranne soy yo, de eso no hay duda. (Grita.) ¡Señora!
La Gerente (vuelve a aparecer por la izquierda). — ¿Me ha llamado usted, señor profesor?
Profesor Taranne  (levantándose). — ¿Quién le trajo este mapa?
La Gerente. — Lo encontré sobre el mostrador al volver. Habían dejado además una hoja que ponía: entregar cuanto antes al pro­fesor Taranne. No sé nada más. Sale por la izquierda.
El Profesor Taranne se arrodilla de nuevo ante el mapa y lo estudia. Por la derecha entra Juana, una mujer joven y morena, de lindas facciones y voz pausada. No parece nada sorprendida, da la vuelta al mapa para no pisarlo. Se para al otro lado del mapa a la iz­quierda del escenario.
Juana. — Se está bien aquí.
Profesor Taranne. — Juana, me pasan cosas sorprendentes.
Juana. — ¿Sorprendentes? ¿Estás seguro? Siempre dices que todo es sorprendente.   (Riéndose.)   ¡Vaya hermano que tengo!
Profesor Taranne. — Atiéndeme . .. Acaban de traerme este mapa. Es el plano del comedor de un barco en el que dicen que he reser­vado un pasaje. Pero, ahí está el asunto, yo no he reservado nada en un barco ...
Juana (se arrodilla y se inclina hacia el mapa). — Según parece en este plano, se trata de un comedor grande y hermoso.
Profesor Taranne. — Sí, es grande.
Juana. — Muchas veces he admirado en las agencias las fotografías del "Presidente Welling". Desde luego es el paquebote más rápido y más cómodo de todos.
Profesor Taranne.—Puede ser. Pero conste que no he reservado ningún billete en este barco, ni en ningún otro y que por lo tanto . . .
Juana (se inclina más y pone la palma de la mano sobre el mapa). — ¿De qué te quejas? Han querido honrarte. (Señalando con el dedo un punto en el mapa.) Ves, esta cruz es tu sitio. Te han puesto en la mesa de honor y en el centro además.
Profesor Taranne. — Pero esto no explica por qué iba yo a reservar un pasaje en un barco. ¿Y adonde iba a ir? No se va a Bélgica por mar, que yo sepa.
Juana. — Si te han reservado un sitio tan bueno es que estarán en­terados de quién eres.
Profesor Taranne. — Claro... No es mera casualidad el que me hayan puesto en la mesa de honor, al lado de las más altas perso­nalidades . .. Pero no pienso ir tan lejos. No tengo ningún motivo para hacerlo. No tengo nada que buscar, ni que temer.
Juana (se levanta y se pone muy erguida). — Habrás sacado el billete un día que estabas cansado de tanto trabajar. Y luego has estado menos cansado y se te ha olvidado que lo habías sacado.
Profesor Taranne  (distraído).—Quizás.
juana. — Ocurre a menudo que uno haga cosas que después se le olvidan. Muchas veces busco yo mis peinetas y las tengo en el pelo. Es raro, se siente una entonces un poco molesta. Y luego, se ríe. (Se ríe y luego con aire serio.) Tengo una carta para ti.
Profesor Taranne (precipitadamente). — ¿De Bélgica?
Juana. — No sé. Hay una estatua en el sello y pone algo.
Profesor Taranne. — ¿Tienes la carta?
Se dirige hacia Juana, dando la vuelta al mapa.
Juana (saca una carta de su bolsillo).—Debajo de la estatua pone (lee)  Territorio de la Independencia.
Profesor Taranne. — ¡Pero si ningún sello dice eso!   (Alargando la mano.) Dámela.
Juana (enseñando la carta al Profesor Taranne, sin dársela). — Ya ves, al lado hay otro sello con un león.
Profesor Taranne. — Sí, el león real de Bélgica.
Juana. — He tenido que pagar una sobretasa.  (Riéndose.) Tengo el
portamonedas vacío.
 Profesor Taranne. — Es lo que yo pensaba. La carta del rector
¡por fin!  (Pausa.) Dámela. ¿Por qué no me la quieres dar?
Juana. — Quisiera leértela.
Profesor Taranne. — Dámela.
Quiere coger la carta pero Juana se resiste.
Juana (entregando la carta al Profesor) . — Como quieras.
Profesor Taranne. — No, léela. (Juana se sienta en el borde de la mesa y abre el sobre. El Profe­sor Taranne queda de pie a su lado).
Juana (lee con voz neutra, voz que tendrá hasta el final de la obra).— Muy señor mío. Usted deja ver en su última carta cierta im­paciencia que, se lo confieso, me sorprendió...
Profesor Taranne  (aterrorizado). — Me lo figuraba. He metido la pata, habré quedado mal con él...
Juana  (lee). — Conste que creía, al llamarle la atención sobre la salud de mi mujer, haberle dado bastantes explicaciones respecto al tiempo que tardé en contestarle.
Profesor Taranne. — Claro, claro, tenía que haberle pedido noti­cias de su mujer. Pero podía ponerse en mi lugar. Le hablaba en mi carta de cosas que son particularmente queridas para mí. No se .pasa tan fácilmente de un asunto a otro. (Pausa.) Pues es cierto, lo de su mujer se me olvidó.
Juana (lee). — Siendo así me resulta de todas maneras imposible tomar las disposiciones necesarias para que pasara una segunda tem­porada con nosotros ...
Profesor Taranne. — Se cree que sólo él sabe hacer las cosas  ... Para tomar estas disposiciones otros tienen tantos méritos como él .. Otros estarían encantados de hacerme un favor, de hacer trámites para mí.
Juana (lee). — Tengo también que decirle que en su último viaje me enteré sorprendido de que había dejado de notificar a la direc­ción las horas precisas de sus clases, lo cual perjudicó a sus colegas que en el último momento tuvieron que modificar sus horarios .. .
Profesor Taranne. — Pero, ¡si era lo que ellos querían!
Juana (lee). —... También me he enterado de que sus charlas se habían prolongado más de lo permitido ...
Profesor Taranne. — Si prolongué mis clases, fue porque la abun­dancia de las asignaturas me obligó a ello ... y que no había otro remedio ...
Juana (lee). — Me han dicho, por fin, que la atención de sus alum­nos fue disminuyendo de una forma notoria, que incluso llegaron algunos a hablar en voz alta y que otros salieron del anfiteatro antes de que usted terminara de dar su clase ...
Profesor Taranne. — ¿A quién se le antojó contarle tales men­tiras? ¿Y cómo puede ser él tan crédulo? ¡Pero si es absurdo! Si hu­bieran abandonado el aula mientras daba mi clase lo habría visto y me habría parado ... y el caso es que no me paré ... Al revés, hablé de un tirón y sin bajar el tono. (Pausa.) Jamás tuve que bajar el tono. Claro que ocurrió alguna vez que unos estudiantes se marcharon antes de terminar la clase. Pero era porque tenían que coger el tren para volver a su casa. Habían venido de otra ciudad, precisamente para oirme y sólo tenían aquel tren ... No se les puede reprochar nada a esos estudiantes, nada en absoluto ... En cuanto a los murmullos que, una vez, se hicieron oir en el fondo de la sala, sé quién los fomentó ... Unas chicas estudiantes tuvie­ron que hacer callar a unos jóvenes sentados detrás de ellas que ex­clamaban: "¡Qué claro todo! ¡Qué facultad tan grande de razo­nar...!" No se puede tomar a mal, ellas tomaban apuntes con­cienzudamente. Era de lo más elemental que pidieran silencio.
Juana (lee).—Todo esto no tendría ni la menor importancia si el interés de sus clases fuera indiscutible, pero no es así. Sus últimas conferencias me han parecido muy desiguales. . .
Profesor Taranne. — ¡Desiguales! ¡Es fácil decirlo!  ¡Si es que no se puede ir siempre al centro del asunto! Si es que hay temas que uno profundiza más que otros, porque le conciernen a uno personal­mente, le impresionan  ... Se golpea el pecho con el dedo.
Juana (lee). — Algunos temas me interesan. Pero me habría gus­tado que los desarrollara con más precisión e incluso con más hon­radez. Las ideas que expresa me recuerdan demasiado a las ya fran­camente reputadas del profesor Ménard. Conste que no pongo yo el menor reparo a estas ideas. Al contrario, me parecen dignas de la mayor atención. Pero me pregunto cómo pudo usted dejar de indicar sus puntos de referencia y por lo tanto presentar como re­sultado de sus propias investigaciones el plagio de una obra que todos conocemos y admiramos...
Profesor Taranne (se apoya, deshecho, sobre la mesa y balbucea). — Es mentira ... es mentira ... Se nos ocurrieron las mismas ideas en la misma época. Son cosas que ocurren. No es ésta la primera vez ...
Juana (lee). — Quizás no le hubiera comunicado mis impresiones si no me hubieran enviado cartas de diferentes partes, llamándome la atención sobre lo que habrá que llamar su indelicadeza.
Profesor Taranne (enderezándose, sobrecogido).— ¡Le escribie­ron todos! Sabía que lo harían. Les observé detenidamente. Mientras hablaba chillaban. (Con voz chillona.) "Ha robado las gafas del profesor Ménard; todo lo hace como el profesor Ménard, lástima que sea más bajo que él". Y no sé cuántos disparates  ... Ojalá "tu­vieran el valor de levantarse y decirme las cosas a la cara, las cosas que cuchicheaban como cobardes, entonces me hubiera levantado y les hubiera dicho {pone cara de orador, hinchando la voz)   ¡Seño­res!  ...
Juana (lee). —Resulta de todo esto que no puedo invitarle a nues­tra próxima sesión. Crea usted, señor, que lamento haber tenido que modificar la opinión que tenia de usted. Juana se levanta, pone tranquilamente la carta sobre la mesa y se prepara para salir. El Profsor Taranne se agarra a la mesa para no caer.
Profesor Taranne. — ¿Y por qué decirme eso después de tantos años? ¿Por qué no me lo dijeron antes? ¿Por qué no me lo dijeron todos? ¡Ya que es notorio! ¡Ya que salta a la vista inmediatamente!

Mientras habla el Profesor Taranne, Juana da la vuelta al mapa (por no pisarlo)  cuidadosamente y sale despacio por la derecha.
Después de esta última frase el Profesor Taranne se vuelve hacia el mapa y lo mira largamente.
La Gerente entra por la izquierda sin mirar al Profesor Ta­ranne, quita los pocos objetos de que se compone el decorado (si­llas, etc.) y las puertas en los bastidores. El escenario queda vacío. Tan sólo el cuaderno y la carta que la Gerente ha dejado caer están en el suelo. El Profesor Taranne no ha visto nada. Después de salir la Gerente, él coge el mapa, se dirige con paso mecánico hacia el fondo del escenario, y busca con la mirada un sitio para colgarlo. Un aparato ya está puesto. Poniéndose de puntillas llega a colgar el mapa de la pared. El mapa es una gran superficie gris, uniforme, vacía del todo. El Profesor Taranne de espaldas al público, la contempla durante un momento, y luego, lentamente, empieza a desnudarse.

Telón



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